Uno de los valores asociados tradicionalmente a la imagen de España es, sin duda la gastronomía. Productos con denominaciones de calidad atribuibles al origen, olores y aromas de las mil y una cocinas, colores de los distintos paisajes que configuran nuestra geografía o recetas de autor que se convierten en auténticas obras de arte, hacen que los amantes de la buena mesa elijan España como destino imprescindible en sus calendarios viajeros.
Si nos remitimos a estadísticas del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, el turismo gastronómico atrajo en 2010 a 6 millones de visitantes, y es que no cabe duda que, ligando ambos conceptos “turismo” y “gastronomía”, se encuentra la receta perfecta para los amantes de las vivencias más sensitivas.
Si a esto sumamos el consumo de turismo gastronómico que podemos realizar los propios españoles (existen unos 10,1 millones de españoles que son potenciales turistas enogastronómicos, según el Estudio de Demanda de Turismo Enogastronómico realizado por DINAMIZA) resulta evidente que nos encontramos con una gran demanda potencial de este producto turístico gastronómico.
Y es que el turismo ha evolucionado muy rápidamente. Si bien hace años se creía impensable atraer turistas internacionales con una motivación culinaria, es evidente que la tendencia ha cambiado. Actualmente, son muchos los turistas, principalmente británicos y franceses que cruzan nuestra frontera para darse un capricho gastronómico. Nuevas rutas aéreas, cruceros o ferris deciden hacer un alto en el camino en determinadas ciudades españolas recomendadas por los mejores chefs del mundo que empiezan a admirar a nuestros propios chefs, convertidos en verdaderos referentes gracias a procesos de innovación, investigación, … y culto a las tradiciones culinarias de nuestro país.
Todos estos elementos permiten mejorar la imagen gastronómica de España día a día y la promoción turística logra captar nuevos adeptos interesados por los aspectos más vivenciales del buen comer o del picoteo, los pintxos de elaboración, la degustación de vinos con denominación de origen en bodegas centenarias, y por supuesto, las catedrales del vino posicionan la gastronomía española en el mapa.
Los mimbres son evidentes. Está claro que tenemos un país para comérnoslo. Encontramos múltiples rincones en nuestra geografía con recursos suficientes para crear un producto turístico competitivo. Ahora sólo nos queda saber confeccionar el cesto. Tenemos gastronomía, pero no tenemos tanto producto turístico gastronómico. Hemos de ser capaces de fomentar la cooperación y el asociacionismo entre los empresarios de este sector, estructurar la oferta y poner en valor turístico nuestros recursos gastronómicos, frente a fenómenos de carácter mundial que propician el desarrollo de una gastronomía global y sin carácter. Hemos de fomentar nuestros productos, nuestra cocina, crecer en innovación y calidad, en el desarrollo de verdaderas experiencias gastronómicas mucho más que en crear una gran marca que no va más allá del marketing y se olvida de los verdaderos agentes implicados.
Juan Etxanobe e Imanol Arias nos descubren la verdadera identidad gastronómica de nuestro país, entran en cualquier casa para convivir con nuestros ciudadanos y descubrir la gastronomía típica, una manera de llegar a nuestros turistas atraídos por los placeres gastronómicos.
Tenemos un país para comérnoslo, pero ¿no pensáis que estamos todavía en los aperitivos del turismo gastronómico?
Uno de los valores asociados tradicionalmente a la imagen de España es, sin duda la gastronomía. Productos con denominaciones de calidad atribuibles al origen, olores y aromas de las mil y una cocinas, colores de los distintos paisajes que configuran nuestra geografía o recetas de autor que se convierten en auténticas obras de arte, hacen que los amantes de la buena mesa elijan España como destino imprescindible en sus calendarios viajeros.
Si nos remitimos a estadísticas del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, el turismo gastronómico atrajo en 2010 a 6 millones de visitantes, y es que no cabe duda que, ligando ambos conceptos “turismo” y “gastronomía”, se encuentra la receta perfecta para los amantes de las vivencias más sensitivas.
Si a esto sumamos el consumo de turismo gastronómico que podemos realizar los propios españoles (existen unos 10,1 millones de españoles que son potenciales turistas enogastronómicos, según el Estudio de Demanda de Turismo Enogastronómico realizado por DINAMIZA) resulta evidente que nos encontramos con una gran demanda potencial de este producto turístico gastronómico.
Y es que el turismo ha evolucionado muy rápidamente. Si bien hace años se creía impensable atraer turistas internacionales con una motivación culinaria, es evidente que la tendencia ha cambiado. Actualmente, son muchos los turistas, principalmente británicos y franceses que cruzan nuestra frontera para darse un capricho gastronómico. Nuevas rutas aéreas, cruceros o ferris deciden hacer un alto en el camino en determinadas ciudades españolas recomendadas por los mejores chefs del mundo que empiezan a admirar a nuestros propios chefs, convertidos en verdaderos referentes gracias a procesos de innovación, investigación, … y culto a las tradiciones culinarias de nuestro país.
Todos estos elementos permiten mejorar la imagen gastronómica de España día a día y la promoción turística logra captar nuevos adeptos interesados por los aspectos más vivenciales del buen comer o del picoteo, los pintxos de elaboración, la degustación de vinos con denominación de origen en bodegas centenarias, y por supuesto, las catedrales del vino posicionan la gastronomía española en el mapa.
Los mimbres son evidentes. Está claro que tenemos un país para comérnoslo. Encontramos múltiples rincones en nuestra geografía con recursos suficientes para crear un producto turístico competitivo. Ahora sólo nos queda saber confeccionar el cesto. Tenemos gastronomía, pero no tenemos tanto producto turístico gastronómico. Hemos de ser capaces de fomentar la cooperación y el asociacionismo entre los empresarios de este sector, estructurar la oferta y poner en valor turístico nuestros recursos gastronómicos, frente a fenómenos de carácter mundial que propician el desarrollo de una gastronomía global y sin carácter. Hemos de fomentar nuestros productos, nuestra cocina, crecer en innovación y calidad, en el desarrollo de verdaderas experiencias gastronómicas mucho más que en crear una gran marca que no va más allá del marketing y se olvida de los verdaderos agentes implicados.
Juan Etxanobe e Imanol Arias nos descubren la verdadera identidad gastronómica de nuestro país, entran en cualquier casa para convivir con nuestros ciudadanos y descubrir la gastronomía típica, una manera de llegar a nuestros turistas atraídos por los placeres gastronómicos.
Tenemos un país para comérnoslo, pero ¿no pensáis que estamos todavía en los aperitivos del turismo gastronómico?