Entrevistamos a Cristina Soler, Responsable de Enoturismo de Cavas Llopart.
Con más de 30 años de experiencia en el mundo del enoturismo en destacadas bodegas del Penedés como Segura Viudas, Freixenet o Cavas Llopart, ha sido testigo excepcional de la evolución de este sector y podemos afirmar que se trata de una auténtica profesional referente del enoturismo en España.
Charlamos con ella sobre los cambios que se han producido en estas últimas décadas, la evolución del enoturismo y los principales retos a los que se enfrentan los destinos que están impulsando planes de sostenibilidad, en los que la aportación del enoturismo es clave en muchas regiones españolas.
P: En los últimos años has sido responsable del diseño de planes y experiencias de enoturismo para bodegas de referencia en el sector del cava como Segura Viudas, Freixenet o Llopart. ¿Cuál ha sido la evolución de este sector y cómo definirías el momento actual en el que nos encontramos?
R: Mis primeros pasos en el mundo del enoturismo los di como guía en cavas Freixenet en el año 90. Acababa de cumplir 19 años y estaba en la escuela universitaria C.E.T.T. estudiando turismo. Por aquel entonces sólo las bodegas grandes estaban abiertas para visitas las cuales eran gratuitas.
El público que solían recibir eran grupos de escolares y colectivos de la tercera edad. Los fines de semana y festivos abrían solamente en los meses de invierno previos a las Navidades y era para recibir visitantes del área metropolitana de Barcelona que después se quedaban a comer en las típicas cavas con barbacoa del pueblo de Sant Sadurní d´Anoia. Las visitas de público internacional eran muy escasas reduciéndose casi a invitados del departamento de exportación y con una finalidad puramente comercial. Quedaba aún muy lejos que las bodegas medianas y pequeñas se planteasen abrir para visitas y las bodegas grandes no estaban aún preparadas para recibir público.
Fueron los años de crecimiento y consolidación del turismo de sol y playa en España y en los que los turistas que llegaban a nuestro país no tenían en sus planes salir de sus destinos de costa, ni para visitar ciudades, ni mucho menos para visitar zonas vinícolas. El enoturismo no existía. Ni siquiera la palabra enoturismo existía.
Fue sobre el año 2000 cuando estando yo en el departamento de Relaciones Públicas de Segura Viudas se empezó a hablar de “Turismo Industrial” como una iniciativa que impulsaba la Diputación de Barcelona y que pretendía empezar a promocionar las visitas a bodegas. Ya en el año 2001 las visitas a bodegas se desvinculan del turismo industrial y es entonces cuando estas actividades empiezan a ser el germen del enoturismo. Fue un nuevo movimiento que propició la aparición de organismos de promoción y rutas de vino certificadas en diferentes regiones y cuya función era asesorar, formar y promocionar a las bodegas que se iban asociando.
Hacia el año 2003 las bodegas grandes comienzan a poner precio a sus visitas, amplían horarios, facilitan las reservas, adaptan sus instalaciones y, sobre todo, empiezan a contratar personal para liderar los departamentos de enoturismo. Siempre he resaltado el papel que jugó Bodegas Torres en todo este desarrollo. En la región del Penedés iban por delante en este campo bajo la dirección de Lluis Cañellas, quien fue una figura del que todos aprendimos y que propició el trabajo conjunto como territorio.
Desde entonces, ha sido un no parar para el enoturismo. En las empresas se contrataron personas con perfil comercial para captar y activar el flujo de visitantes dando a conocer el enoturismo en el mundo del turismo. Mediante la participación en ferias y workshops, se empezaron a establecer acuerdos con agencias de viajes que ofertaban el enoturismo como parte de las actividades del viaje de sus clientes, tanto nacionales como internacionales.
Hacia el año 2013 estábamos asistiendo al despegue del enoturismo y ya las bodegas medianas y pequeñas empezaron a contemplar el enoturismo como una vía más de negocio.
P: ¿Cómo es el nuevo enoturista? ¿En qué ha aspectos ha cambiado?
R: En los últimos 10 años podríamos decir que hemos pasado del captar por captar, a una especialización del enoturismo. Ahora las bodegas se han profesionalizado mucho.
Tienen instalaciones adaptadas, equipos bien formados, con conocimientos en la elaboración y servicio de vinos, con dominio de idiomas y vocación en el mundo del turismo. Empezamos a tener experiencia en enoturismo y sabemos adaptar nuestra oferta a lo que pide la demanda.
El nuevo enoturista ya no es un excursionista encorsetado en un programa. El visitante es ahora alguien que se mueve bajo la motivación de conocer, aprender y gozar de las visitas, las catas en las bodegas y la gastronomía local. Le gusta dedicar su tiempo libre a descubrir zonas vinícolas de su propio país o de otros países.
Una pregunta obligada al recibir un enoturista en la bodega es si ha visitado anteriormente otras bodegas o zonas vinícolas. Y es sorprendente ver como la mayoría de ellos te cuentan que ya han estado en varios países probando vinos y visitando bodegas.
P: Los cambios en las motivaciones de los viajeros y el perfil de este nuevo enoturista plantea algunos retos, sobre todo en bodegas con una larga tradición. ¿Cuál serían estos retos principales de las bodegas en materia de enoturismo?
R: El nuevo enoturista tiene experiencia. Es conocedor de vinos y busca que alguien o algo le sorprenda. No nos engañemos, todas las bodegas son, al fin y al cabo, bodegas.
Todos nos dedicamos a lo mismo y elaboramos vinos muy similares. Debemos plantearnos ser diferentes, sorprender, crear momentos WOW!. Sólo así podremos dejar una huella en la memoria de visitante y emocionarle…
Una frase que me encanta y que suelo repetir a menudo en presentaciones de enoturismo es: “La gente no bebe vino. La gente bebe historias.”
¿Y cómo lo conseguimos? Pues muy simple. Nos ponemos en la piel de quienes nos visitan. Como nos gustaría que nos trataran y como serían esas emociones que nos gustaría sentir en una bodega. Debemos usar la imaginación y ser creativos.
P: ¿Cómo crees que ha evolucionado el personal que atiende a las visitas? ¿Con qué dificultades se encuentran las bodegas en el momento de su contratación?
R: Si cada vez recibimos enoturistas más expertos y les ofrecemos actividades más exclusivas, es evidente que las personas que les atienden deben estar preparadas para dar un servicio impecable. La evolución del enoturismo ha implicado una profesionalización de las personas que trabajan en este sector. En unos años hemos visto nacer nuevos puestos de trabajo en las bodegas: los guías de enoturismo, los especialistas en marketing y comercialización enoturística y los directores de departamentos de enoturismo.
Los departamentos de enoturismo son nuevas incorporaciones dentro de la estructura de las bodegas y en la mayoría de ocasiones cuentan con horarios y condiciones diferentes al resto de departamentos ya existentes. El enoturismo no deja de ser una actividad turística que se lleva a cabo en industrias alimentarias y que exige una coexistencia entre las diferentes actividades de la bodega.
Las personas que trabajan en este sector deben tener conocimientos en viticultura, elaboración y servicio de vinos, hablar idiomas, tener don de gentes y adaptarse a unos horarios de trabajo flexibles que implica casi siempre trabajar en fines de semana y festivos.
Son, en mi opinión, perfiles que todavía no se valoran de manera justa y eso trae la consecuencia de que resulte sumamente difícil retener a estos profesionales durante largos períodos de tiempo.
Yo siempre había reivindicado que en los estudios universitarios de turismo nunca se había pensado en hacer algún tipo de especialización en enoturismo. Pero últimamente me alegra ver cómo nacen nuevas escuelas de enoturismo o como algunas universidades incorporan el enoturismo en sus programas de formación o apuestan por ofrecer masters en enoturismo.
P: ¿Qué iniciativas crees que son necesarias para integrar a todos los agentes de la cadena de valor del turismo enogastronómico desde los productores hasta las agencias receptivas y viajeros, pasando por los comercios, restaurantes o alojamientos locales en los planes de desarrollo de turismo gastronómico?
R: En primer lugar creo que es indispensable ir todos a una. Cuando vendes un destino enoturístico todos estos agentes son una anilla de la cadena. Cada uno aporta lo necesario para cubrir o exceder las expectativas del enoturista. Desde la agencia que nos vende en origen hasta el conductor que les recoge en su hotel o el camarero que les sirve la comida en el restaurante del pueblo. Debemos mostrar ilusión por nuestro trabajo, demostrar que estamos orgullosos de nuestro territorio y esforzarnos para dar el mejor servicio, no importa en qué lugar o situación. El enoturista quiere que le cuenten cosas y anécdotas sobre la zona donde se encuentra. Todos estos agentes necesitan estar formados y ser conocedores de lo que hacen sus vecinos, sean bodegas, comercios, restaurantes o alojamientos. Deben conocerse unos a otros. Recomendarse unos a otros y, sobre todo, hablar bien siempre de todos.
El enoturista quiere convencerse que ha llegado a un territorio armónico y casi platónico. Con gente, paisajes, vinos y platos extraordinarios que guardará en su memoria para siempre y que con toda seguridad, recomendará a su círculo más cercano. Esta es la mejor campaña de publicidad que jamás podremos contratar.
P: Si hablamos de tendencias y teniendo en cuenta los cambios en la forma de viajar que impuso el COVID y que parece que ya hemos superado ¿Cuáles serían las principales tendencias que quieres apuntar para el 2024 en el sector del enoturismo?
R: Creo que el hecho de haber vivido todo lo que supuso la pandemia, ha dejado huella en todos nosotros. Cuando hablo de nosotros me refiero a la humanidad en general. Como seres humanos hemos tomado consciencia de nuestra fragilidad y hemos aprendido que nos debemos a la naturaleza. El vino es un alimento que nos da la tierra y que elaboramos para disfrutarlo durante nuestras vidas. Es un presente valioso y un placer. Y no hay nada más placentero que descubrir los lugares donde tiene su origen, aprender cómo se elabora en cada sitio y degustarlo en los lugares más singulares. Todo ello es sinónimo de enoturismo.
Los primeros visitantes que llegaban a la bodega después de la pandemia venían con una carga emotiva muy alta y con el delirio de entrar en contacto con la naturaleza, disfrutar del vino y de volver a vivir momentos agradables en los que uno agradece estar vivo. Era un poco el aplicar la frase «beber para olvidar»…
Este desenfreno ha ido disminuyendo con los meses volviendo a la normalidad casi pre-pandémica pero con el trasfondo de que ahora somos más conscientes de que tenemos que aprovechar el presente mientras dure.
En 2024 podremos decir que ya habremos superado por completo el COVID y todas sus restricciones tanto en el momento de viajar como en el momento de recibir visitantes en la bodega. Pero hay muchas cosas que hemos aprendido.
Por ejemplo, la higiene de todas las zonas y materiales destinados a las visitas, la no masificación, la incomodidad de los espacios muy cerrados, el hecho de evitar compartir alimentos con personas desconocidas, la importancia de la seguridad de los visitantes durante sus actividades enoturísticas y, sobre todo, el respeto por la salud de cada uno.
Hemos visto que la demanda enoturística actual da mucho valor a las actividades al aire libre, las visitas o catas en grupos muy reducidos o incluso en privado, y el alza del factor gastronómico de las experiencias. Los momentos de disfrute en general se valoran muchísimo más que antes.
P: ¿De qué destino enoturístico internacional tendríamos que aprender en mayor medida y por qué?
R: En mi opinión deberíamos aprender muchas cosas del modelo americano de Napa Valley pero sin intentar copiarlo. Es una región que mediante un marketing exquisito ha conseguido ser uno de los destinos turísticos más importantes de los Estados Unidos. Y eso ya es decir.
Han sabido generar una fuente de riqueza para la región y para todos los agentes de la cadena de valor de los que hablábamos anteriormente.
La mayoría de bodegas de nuestro país cuentan con una larga tradición, una rica historia y una autenticidad que no tienen las bodegas de Napa Valley. Ahí jugamos con ventaja. Pero a menudo nos falta saber aplicar ese marketing que nos haga ser más atractivos y nos enseñe a seducir y a convertirnos en un destino enoturístico de más valor. Nos cuesta creernos que tenemos unos ingredientes únicos de los que podemos sacar partido. Somos, en muchos casos, demasiado conservadores y poco atrevidos al cambio y a la innovación.
P: En el último año, numerosos destinos y asociaciones de productores o entidades de promoción están impulsando planes de sostenibilidad ¿Qué papel crees que juega el enoturismo en estos planes y cómo podemos hacer los destinos más sostenibles?
R: El mundo del turismo en general está tomando consciencia de la responsabilidad que tenemos en la protección del planeta. Son infinitos los planes de sostenibilidad a todos los niveles. Y el enoturismo no se queda atrás. La mayoría de bodegas y negocios están implementando acciones para trabajar de forma más sostenible. En el caso de Llopart, obtuvimos y hemos ido renovando la certificación Biosphere durante los últimos 5 años. La consecución de este sello nos invita a implementar buenas prácticas tanto en el momento de diseñar actividades enoturísticas como durante el transcurso de su ejecución.
P: La experiencia de Glamping entre viñedos y observación de estrellas de Cavas Llopart recibió el premio Vinari de enoturismo en 2022 a la mejor actividad innovadora ¿Cuáles serían los principales atributos que tiene que tener una experiencia enoturística para conectar con el viajero?
R: En el momento de diseñar una actividad enoturística siempre intento imaginarme a mi misma en el lugar de la persona que va a comprarla y a disfrutar de la experiencia. Y me hago estas preguntas: ¿dedicarías tu tiempo libre a esta actividad? ¿Crees que la disfrutarías? ¿Pagarías el precio que tiene? ¿La compartirías con alguien? ¿La regalarías a alguien?
Si todas las respuestas son afirmativas el siguiente paso es estudiar que dicha actividad sea viable a nivel de ejecución y a nivel de costes.
La lista de Cristina Soler:
Entrevistamos a Cristina Soler, Responsable de Enoturismo de Cavas Llopart.
Con más de 30 años de experiencia en el mundo del enoturismo en destacadas bodegas del Penedés como Segura Viudas, Freixenet o Cavas Llopart, ha sido testigo excepcional de la evolución de este sector y podemos afirmar que se trata de una auténtica profesional referente del enoturismo en España.
Charlamos con ella sobre los cambios que se han producido en estas últimas décadas, la evolución del enoturismo y los principales retos a los que se enfrentan los destinos que están impulsando planes de sostenibilidad, en los que la aportación del enoturismo es clave en muchas regiones españolas.
P: En los últimos años has sido responsable del diseño de planes y experiencias de enoturismo para bodegas de referencia en el sector del cava como Segura Viudas, Freixenet o Llopart. ¿Cuál ha sido la evolución de este sector y cómo definirías el momento actual en el que nos encontramos?
R: Mis primeros pasos en el mundo del enoturismo los di como guía en cavas Freixenet en el año 90. Acababa de cumplir 19 años y estaba en la escuela universitaria C.E.T.T. estudiando turismo. Por aquel entonces sólo las bodegas grandes estaban abiertas para visitas las cuales eran gratuitas.
El público que solían recibir eran grupos de escolares y colectivos de la tercera edad. Los fines de semana y festivos abrían solamente en los meses de invierno previos a las Navidades y era para recibir visitantes del área metropolitana de Barcelona que después se quedaban a comer en las típicas cavas con barbacoa del pueblo de Sant Sadurní d´Anoia. Las visitas de público internacional eran muy escasas reduciéndose casi a invitados del departamento de exportación y con una finalidad puramente comercial. Quedaba aún muy lejos que las bodegas medianas y pequeñas se planteasen abrir para visitas y las bodegas grandes no estaban aún preparadas para recibir público.
Fueron los años de crecimiento y consolidación del turismo de sol y playa en España y en los que los turistas que llegaban a nuestro país no tenían en sus planes salir de sus destinos de costa, ni para visitar ciudades, ni mucho menos para visitar zonas vinícolas. El enoturismo no existía. Ni siquiera la palabra enoturismo existía.
Fue sobre el año 2000 cuando estando yo en el departamento de Relaciones Públicas de Segura Viudas se empezó a hablar de “Turismo Industrial” como una iniciativa que impulsaba la Diputación de Barcelona y que pretendía empezar a promocionar las visitas a bodegas. Ya en el año 2001 las visitas a bodegas se desvinculan del turismo industrial y es entonces cuando estas actividades empiezan a ser el germen del enoturismo. Fue un nuevo movimiento que propició la aparición de organismos de promoción y rutas de vino certificadas en diferentes regiones y cuya función era asesorar, formar y promocionar a las bodegas que se iban asociando.
Hacia el año 2003 las bodegas grandes comienzan a poner precio a sus visitas, amplían horarios, facilitan las reservas, adaptan sus instalaciones y, sobre todo, empiezan a contratar personal para liderar los departamentos de enoturismo. Siempre he resaltado el papel que jugó Bodegas Torres en todo este desarrollo. En la región del Penedés iban por delante en este campo bajo la dirección de Lluis Cañellas, quien fue una figura del que todos aprendimos y que propició el trabajo conjunto como territorio.
Desde entonces, ha sido un no parar para el enoturismo. En las empresas se contrataron personas con perfil comercial para captar y activar el flujo de visitantes dando a conocer el enoturismo en el mundo del turismo. Mediante la participación en ferias y workshops, se empezaron a establecer acuerdos con agencias de viajes que ofertaban el enoturismo como parte de las actividades del viaje de sus clientes, tanto nacionales como internacionales.
Hacia el año 2013 estábamos asistiendo al despegue del enoturismo y ya las bodegas medianas y pequeñas empezaron a contemplar el enoturismo como una vía más de negocio.
P: ¿Cómo es el nuevo enoturista? ¿En qué ha aspectos ha cambiado?
R: En los últimos 10 años podríamos decir que hemos pasado del captar por captar, a una especialización del enoturismo. Ahora las bodegas se han profesionalizado mucho.
Tienen instalaciones adaptadas, equipos bien formados, con conocimientos en la elaboración y servicio de vinos, con dominio de idiomas y vocación en el mundo del turismo. Empezamos a tener experiencia en enoturismo y sabemos adaptar nuestra oferta a lo que pide la demanda.
El nuevo enoturista ya no es un excursionista encorsetado en un programa. El visitante es ahora alguien que se mueve bajo la motivación de conocer, aprender y gozar de las visitas, las catas en las bodegas y la gastronomía local. Le gusta dedicar su tiempo libre a descubrir zonas vinícolas de su propio país o de otros países.
Una pregunta obligada al recibir un enoturista en la bodega es si ha visitado anteriormente otras bodegas o zonas vinícolas. Y es sorprendente ver como la mayoría de ellos te cuentan que ya han estado en varios países probando vinos y visitando bodegas.
P: Los cambios en las motivaciones de los viajeros y el perfil de este nuevo enoturista plantea algunos retos, sobre todo en bodegas con una larga tradición. ¿Cuál serían estos retos principales de las bodegas en materia de enoturismo?
R: El nuevo enoturista tiene experiencia. Es conocedor de vinos y busca que alguien o algo le sorprenda. No nos engañemos, todas las bodegas son, al fin y al cabo, bodegas.
Todos nos dedicamos a lo mismo y elaboramos vinos muy similares. Debemos plantearnos ser diferentes, sorprender, crear momentos WOW!. Sólo así podremos dejar una huella en la memoria de visitante y emocionarle…
Una frase que me encanta y que suelo repetir a menudo en presentaciones de enoturismo es: “La gente no bebe vino. La gente bebe historias.”
¿Y cómo lo conseguimos? Pues muy simple. Nos ponemos en la piel de quienes nos visitan. Como nos gustaría que nos trataran y como serían esas emociones que nos gustaría sentir en una bodega. Debemos usar la imaginación y ser creativos.
P: ¿Cómo crees que ha evolucionado el personal que atiende a las visitas? ¿Con qué dificultades se encuentran las bodegas en el momento de su contratación?
R: Si cada vez recibimos enoturistas más expertos y les ofrecemos actividades más exclusivas, es evidente que las personas que les atienden deben estar preparadas para dar un servicio impecable. La evolución del enoturismo ha implicado una profesionalización de las personas que trabajan en este sector. En unos años hemos visto nacer nuevos puestos de trabajo en las bodegas: los guías de enoturismo, los especialistas en marketing y comercialización enoturística y los directores de departamentos de enoturismo.
Los departamentos de enoturismo son nuevas incorporaciones dentro de la estructura de las bodegas y en la mayoría de ocasiones cuentan con horarios y condiciones diferentes al resto de departamentos ya existentes. El enoturismo no deja de ser una actividad turística que se lleva a cabo en industrias alimentarias y que exige una coexistencia entre las diferentes actividades de la bodega.
Las personas que trabajan en este sector deben tener conocimientos en viticultura, elaboración y servicio de vinos, hablar idiomas, tener don de gentes y adaptarse a unos horarios de trabajo flexibles que implica casi siempre trabajar en fines de semana y festivos.
Son, en mi opinión, perfiles que todavía no se valoran de manera justa y eso trae la consecuencia de que resulte sumamente difícil retener a estos profesionales durante largos períodos de tiempo.
Yo siempre había reivindicado que en los estudios universitarios de turismo nunca se había pensado en hacer algún tipo de especialización en enoturismo. Pero últimamente me alegra ver cómo nacen nuevas escuelas de enoturismo o como algunas universidades incorporan el enoturismo en sus programas de formación o apuestan por ofrecer masters en enoturismo.
P: ¿Qué iniciativas crees que son necesarias para integrar a todos los agentes de la cadena de valor del turismo enogastronómico desde los productores hasta las agencias receptivas y viajeros, pasando por los comercios, restaurantes o alojamientos locales en los planes de desarrollo de turismo gastronómico?
R: En primer lugar creo que es indispensable ir todos a una. Cuando vendes un destino enoturístico todos estos agentes son una anilla de la cadena. Cada uno aporta lo necesario para cubrir o exceder las expectativas del enoturista. Desde la agencia que nos vende en origen hasta el conductor que les recoge en su hotel o el camarero que les sirve la comida en el restaurante del pueblo. Debemos mostrar ilusión por nuestro trabajo, demostrar que estamos orgullosos de nuestro territorio y esforzarnos para dar el mejor servicio, no importa en qué lugar o situación. El enoturista quiere que le cuenten cosas y anécdotas sobre la zona donde se encuentra. Todos estos agentes necesitan estar formados y ser conocedores de lo que hacen sus vecinos, sean bodegas, comercios, restaurantes o alojamientos. Deben conocerse unos a otros. Recomendarse unos a otros y, sobre todo, hablar bien siempre de todos.
El enoturista quiere convencerse que ha llegado a un territorio armónico y casi platónico. Con gente, paisajes, vinos y platos extraordinarios que guardará en su memoria para siempre y que con toda seguridad, recomendará a su círculo más cercano. Esta es la mejor campaña de publicidad que jamás podremos contratar.
P: Si hablamos de tendencias y teniendo en cuenta los cambios en la forma de viajar que impuso el COVID y que parece que ya hemos superado ¿Cuáles serían las principales tendencias que quieres apuntar para el 2024 en el sector del enoturismo?
R: Creo que el hecho de haber vivido todo lo que supuso la pandemia, ha dejado huella en todos nosotros. Cuando hablo de nosotros me refiero a la humanidad en general. Como seres humanos hemos tomado consciencia de nuestra fragilidad y hemos aprendido que nos debemos a la naturaleza. El vino es un alimento que nos da la tierra y que elaboramos para disfrutarlo durante nuestras vidas. Es un presente valioso y un placer. Y no hay nada más placentero que descubrir los lugares donde tiene su origen, aprender cómo se elabora en cada sitio y degustarlo en los lugares más singulares. Todo ello es sinónimo de enoturismo.
Los primeros visitantes que llegaban a la bodega después de la pandemia venían con una carga emotiva muy alta y con el delirio de entrar en contacto con la naturaleza, disfrutar del vino y de volver a vivir momentos agradables en los que uno agradece estar vivo. Era un poco el aplicar la frase «beber para olvidar»…
Este desenfreno ha ido disminuyendo con los meses volviendo a la normalidad casi pre-pandémica pero con el trasfondo de que ahora somos más conscientes de que tenemos que aprovechar el presente mientras dure.
En 2024 podremos decir que ya habremos superado por completo el COVID y todas sus restricciones tanto en el momento de viajar como en el momento de recibir visitantes en la bodega. Pero hay muchas cosas que hemos aprendido.
Por ejemplo, la higiene de todas las zonas y materiales destinados a las visitas, la no masificación, la incomodidad de los espacios muy cerrados, el hecho de evitar compartir alimentos con personas desconocidas, la importancia de la seguridad de los visitantes durante sus actividades enoturísticas y, sobre todo, el respeto por la salud de cada uno.
Hemos visto que la demanda enoturística actual da mucho valor a las actividades al aire libre, las visitas o catas en grupos muy reducidos o incluso en privado, y el alza del factor gastronómico de las experiencias. Los momentos de disfrute en general se valoran muchísimo más que antes.
P: ¿De qué destino enoturístico internacional tendríamos que aprender en mayor medida y por qué?
R: En mi opinión deberíamos aprender muchas cosas del modelo americano de Napa Valley pero sin intentar copiarlo. Es una región que mediante un marketing exquisito ha conseguido ser uno de los destinos turísticos más importantes de los Estados Unidos. Y eso ya es decir.
Han sabido generar una fuente de riqueza para la región y para todos los agentes de la cadena de valor de los que hablábamos anteriormente.
La mayoría de bodegas de nuestro país cuentan con una larga tradición, una rica historia y una autenticidad que no tienen las bodegas de Napa Valley. Ahí jugamos con ventaja. Pero a menudo nos falta saber aplicar ese marketing que nos haga ser más atractivos y nos enseñe a seducir y a convertirnos en un destino enoturístico de más valor. Nos cuesta creernos que tenemos unos ingredientes únicos de los que podemos sacar partido. Somos, en muchos casos, demasiado conservadores y poco atrevidos al cambio y a la innovación.
P: En el último año, numerosos destinos y asociaciones de productores o entidades de promoción están impulsando planes de sostenibilidad ¿Qué papel crees que juega el enoturismo en estos planes y cómo podemos hacer los destinos más sostenibles?
R: El mundo del turismo en general está tomando consciencia de la responsabilidad que tenemos en la protección del planeta. Son infinitos los planes de sostenibilidad a todos los niveles. Y el enoturismo no se queda atrás. La mayoría de bodegas y negocios están implementando acciones para trabajar de forma más sostenible. En el caso de Llopart, obtuvimos y hemos ido renovando la certificación Biosphere durante los últimos 5 años. La consecución de este sello nos invita a implementar buenas prácticas tanto en el momento de diseñar actividades enoturísticas como durante el transcurso de su ejecución.
P: La experiencia de Glamping entre viñedos y observación de estrellas de Cavas Llopart recibió el premio Vinari de enoturismo en 2022 a la mejor actividad innovadora ¿Cuáles serían los principales atributos que tiene que tener una experiencia enoturística para conectar con el viajero?
R: En el momento de diseñar una actividad enoturística siempre intento imaginarme a mi misma en el lugar de la persona que va a comprarla y a disfrutar de la experiencia. Y me hago estas preguntas: ¿dedicarías tu tiempo libre a esta actividad? ¿Crees que la disfrutarías? ¿Pagarías el precio que tiene? ¿La compartirías con alguien? ¿La regalarías a alguien?
Si todas las respuestas son afirmativas el siguiente paso es estudiar que dicha actividad sea viable a nivel de ejecución y a nivel de costes.